Intervención de Lucien Castela al recibir un Pont del Mediterrani el 5 de octubre de 2017.
Nací en Niza un año antes que estallara la guerra civil de España y cuatro antes que los fascismos se extendieran por Europa acarreando su carga de desunión, de destrucción, de hambre y de muerte.
Mi padre era periodista, arista, poeta, pintor. El había creado una revista cultural que se llamó “MEDITERRANEA” y se publicó durante quince años. Mis estudios me llevaron naturalmente hacia las letras, y mis gustos hacia el mar. Cada día al ir al Liceo mi camino bordeaba la bahía de los Ángeles y podía contemplar el movimiento de las olas, escuchar su música y ritmo, lo que me enriqueció viendo el juego de lo temporal y de lo eterno, la violencia a veces bella del instante contra la paz altanera de la hora definitivamente pasada. El misterio de la vida, los límites del ser y la arrebatadora ignorancia impidieron al hombre librarse de las múltiples cadenas en las cuales se enjaula.
Me apasionó la cultura griega: quería dedicarme al estudio de Sófocles porque en sus obras como en las de Eurípides campea el trágico destino del ser humano. Con su sabiduría Aristóteles me dio a entender el valor ”logos” o sea la posibilidad de superar en algo la condena irreversible de la vida humana. El mundo tal como él lo veía es una dialéctica: un juego entre el azar que nos ofrece aspectos de la realidad con la conciencia de un mas allá y la angustia y el deseo de dejar de ser parte para intuir el todo. Descubrí que el único medio para intentarlo era el arte; con él entramos en lo no-visto, lo no-dicho, oímos músicas no interpretadas. El papel del artista creador consiste en acompañarnos a través de su obra hacia la frontera que gracias a él se abre, con un puente o una puerta, que una vez franqueada deja que cada uno viaje por sí mismo en la inmensidad desconocida y credora, cada uno con su sendero propio, sus paisajes, sus encuentros, sus representaciones, sus músicas. El artista es un piloto que después de atravesar el mar nos abandona en una playa, puerto o desierto o en una isla que limitará el espacio acrisolando sus riquezas.
Otra vez intervino el azar o la fortuna, o Dios, o como se llame: en el año 67 nos encontramos Ricardo y yo en ni universidad de Aix en Provence: 1967 – 2017: medio siglo. Desde el principio nos sentimos muy próximos. Yo noté en él una gran inteligencia, con un apetito de saber inagotable. Lo que más me atrajo en él fue su generosidad con los demás, el cuidado permanente por la justicia y la honestidad, una fidelidad indefectible a sus ideas y a sus amigos. Además, su curiosidad le llevaba a la comprensión de los otros, de su diferencia, tenía fe en la diversidad que nos rodea y estava listo para luchar por la dignidad humana. Todas estas cualidades las confirmó como Alcalde de Valencia. Diputado en las Cortes y representante europeo en el conflicto de los Balcanes.
Nació la Mostra en aquel contexto y aquí en Valencia tuvimos momentos extraordinarios. Cuando se presenta una película ante un público, el resultado tiene muchas facetas. A unos les gustó el argumento, a otros los actores, los paisajes, el montaje, etc. Después de la sesión, opiniones muy distintas se expresan: lo importante se sitúa en la finalidad de la obra ¿Pudimos entrar en ella? ¿Nos abrió el puente, la puerta, la ventana del sueño?
En Francia el cine del Mediterráneo goza de dos festivales: el de Montpelier (CineMed) y el de Bastia. Los dos tienen una historia de más de 20 años.Nacieron como rechazo de la uniformización parisina, anglosajona, mundial. Contribuyeron con su protesta cultural a la afirmación de la creatividad de cada pueblo, de cada individuo, de cada región.
Celebremos este renacimiento. Que esta nueva Mostra viva muchos años. Que sus criterios sean siempre de calidad. Que el ejemplo de sus fundadores sea aliciente para el nuevo equipo: tenemos una voz para que nos oiga Europa: tenemos que utilizarla para transmitir el mensaje de diálogo a través del arte y de la solidaridad.
LUCIEN CASTELA.