Ricard Pérez Casado

Ricard Pérez Casado*

El Mediterráneo es una zona de conflicto. Por supuesto que no solo en estos tiempos de globalización, lo fue en el pasado de forma casi permanente. Las sacudidas de los Balcanes, la permanente crisis de Oriente Próximo, las primaveras árabes… todo ello nos afecta. Las consecuencias han sido económicas, sociales, de seguridad. La catástrofe humanitaria ha convertido nuestro mar común en un cementerio. Rencor y rechazo se dan la mano de un modo amenazador. La recomendable lectura de las Reflexiones mediterráneas, de F. Aznar en el Boletín del Instituto Español de Estudios Estratégicos, 14 de febrero de 2018, ayuda a la comprensión de la complejidad y profundidad de los problemas.

La atención de la UE no ha pasado del control de fronteras o la compra de voluntad, ante el flujo de refugiados y perseguidos, con Turquía. La postergación del sur, con la inacción de España y no digamos el País Valenciano. La reacción del sur, que también existe, ha venido de la mano de las víctimas, como los griegos, y la alternativa encabezada por Yanis Varoufakis con su DiEM25 (Democracy in Europe Movement), proyecto de reforma política de la UE. O la discreta salida portuguesa de la crisis de la mano de la izquierda con Mário Centeno, que dirige el Eurogrupo sin reproche ni objeción alguna.

Con España desde 1986 en las Comunidades Europeas, las relaciones valencianas continentales, muy anteriores, se han visto reforzadas. El retraso en las infraestructuras, el rechazo a relaciones imprescindibles con nuestros vecinos del norte del Ebro, deberán anotarse en el mal hacer de la derecha local y sus gobiernos, que, además, se apresuraron a desnaturalizar o suprimir como veremos más adelante, algunas iniciativas que servían para fomentar las relaciones con pueblos de lenguas, alfabetos y costumbres diferentes, los mediterráneos de ambas orillas.

La consecuencia, el empobrecimiento. Miembros de un Estado, y su gobierno, grande, ineficaz, perezoso, a la cola de sus iguales continentales. Un País Valenciano a la cola de este mismo Estado, como con acierto viene señalando, entre otros, Jordi Palafox.

La crisis sistémica, cuyas primeras manifestaciones algunos sitúan con razón en 1973, entre otros Duhamel en Les pathologies politiques françaises, 2017, un texto adecuado para algunas indigentes dirigencias locales y españolas. La crisis se manifiesta desde luego a partir de 1989, y en 2008 despojó de colgaduras la alegre e irresponsable confianza de situarnos en el mapa, en el mundo de los eventos y su correlato de corrupción de los felices dos mil.

En los años ochenta, València emprendió una serie de actividades en relación con su vinculación mediterránea. Algunos quisieron ver en ello una huida hacia adelante en la controversia sobre la identidad valenciana, en unos años turbulentos con una derecha asilvestrada por su desalojo institucional. Agraviados unos en su pureza, otros a sueldo de la intolerancia, objetaron desde el principio lo que no conocían ni habían previsto. Alguno de los últimos sigue, contumaz, en ello.

Els Encontres d´Escriptors, les Trobades de Música, y la Mostra de Cinema, al parecer felizmente recuperada de la mano de una iniciativa cívica, sirvieron de manera biunívoca: para darnos a conocer desde la propia singularidad, y conocer los trabajos de nuestros vecinos ribereños del mar común. Historiar esta etapa debería estimular a bucear tanto en el contexto como en los contenidos de estas iniciativas que, en lo que alcanza la memoria, abarcaron numerosos creadores y gran afluencia de público ante otra ventana abierta por la recién recuperada libertad.

En el mismo sentido pero en otros ámbitos, la reivindicación de las infraestructuras para la competencia, como el ferrocarril ahora conocido como Corredor Mediterráneo, el reforzamiento de los puertos y sus accesos, se entendieron como elementos fundamentales para la competitividad de empresas. Conviene recordar el esfuerzo local al respecto, desde el acceso sur al Puerto de València, la supresión del llamado semáforo de Europa por el bypass de la AP7, o el soterramiento de las vías de Renfe en los Poblados Marítimos.

La respuesta a ambos grupos de temas por parte de la Generalitat fue más bien tibia, ocupada como andaba en asentar la nueva institución, y por parte del Gobierno de escaso entusiasmo, aunque en el último caso forzado por un contrato con el Ayuntamiento de València y la Generalitat que no podía esquivar. Por cierto, que las modificaciones del proyecto y los costes adicionales se cargaron en la cuenta de la Administración General del Estado, aunque el contrato firmado fuera objeto de las diatribas habituales: el Ayuntamiento había renunciado a las bajas en las ofertas. Un exministro todavía recuerda la cláusula Shylock, dice, en virtud de la cual el compromiso económico municipal era inamovible. Rabos de pasa para coetáneos en esto y en otras cuestiones.

La autocomplacencia, la capacidad festiva de yugular iniciativas a largo plazo y baratas, se une a los esmorzarets con tertulia y pactos avícolas. Todo ello, en el contexto de una política gubernamental que, además de reaccionaria en muchos aspectos, no satisface los intereses valencianos, incluidos los empresariales que a veces se arrogan la representación de la sociedad civil.

Otras partes de ésta se ocupan de los temas que hemos considerado. Así, la Fundación Asamblea Ciudadana del Mediterráneo (FACM) y la Asociación Mostra Viva del Mediterrani, en el caso de la recuperación, actualizada y con vista al futuro de algunas iniciativas cívicas y culturales: sin pródigos mecenazgos. O el esfuerzo, a veces individual, de profesores e investigadores de las universidades públicas, puestas a disposición, con estipendio o gratuitas, de los intereses colectivos. Si no se utilizan estos recursos podríamos hallarnos ante un horizonte peor.

Los empresarios reclaman infraestructuras imprescindibles ayer y hoy; antaño guardaron silencio ante los poderes populares mientras vecinos del norte, peor situados en la parrilla de salida ,se hacían con ideas e infraestructuras. A la suma de reivindicaciones históricas añadiría la sostenibilidad medioambiental, las energías renovables, las nuevas tecnologías. Estaremos agradecidos, primero por su incorporación tardía a las exigencias colectivas, y segundo por encabezar nuevas iniciativas. Eso o a la cola de la cola, aunque siempre nos quedará Serrat.

Valencia, 03.03.2018

*Ricard Pérez Casado fue Alcalde socialista de Valencia y es miembro del Consejo Consultivo de la FACM