Había nacido en 1928 y estaba a punto de cumplir, en el próximo enero, los noventa. Se dedicó a estudiar arte dramático desde muy niña, debutando en teatro en 1947 en el festival de Avignon y perteneciendo al listado de la Comedie Française a los veinte años, siendo el miembro más joven jamás admitido.

Recuerdo un encuentro personal con ella en Cannes, hace ya unos quince años. Le dije: “Soy uno de los pocos españoles que ha visto toda su filmografía, incluyendo Gas-Oil”. Con una elegancia modélica comentó: “Uh, Gas-Oil, ya ha llovido desde entonces”. Gas-Oil es una película policíaca de escaso relieve realizada por Gilles Grangier en 1955. En el desaparecido cine Pompeya, en el camino del Cementerio Municipal, sustituyó a Fantasía de Disney. Y allí estaba yo. Pero en 1955, Jeanne Moreau ya contaba con una docena larga de films –llegó a participar en más de ciento cuarenta- entre ellos aquel excelente Touchez pas au Grisbi (1954), de Jacques Becker, donde debutaba Lino Ventura y con Jean Gabin de protagonista, el mismo de Gas-Oil. Poco después llegaba la nouvelle vague francesa y Jeanne se convertía en musa de muchos de sus directores, como Louis Malle, François Truffaut, Jacques Demy, Roger Vadim, Jean-Louis Richard, etc. Particularmente inolvidable casi todo, especialmente su tremenda Catherine en Jules et Jim, de Truffaut. Sobre todo, cantando Le tourbillon de la vie.

De ahí, sin dejarlo, a trabajar a las órdenes de grandes cineastas como Michelangelo Antonioni, Luis Buñuel, Tony Richardson, Peter Brook, Joseph Losey, Orson Welles (a quien debemos la frase que engloba el artículo), Elia Kazan, Wim Wenders, Rainer Fassbinder, Manoel de Oliveira, etc. Un francotirador osado, como Jean-Pierre Mocky, implicó a Jeanne, en Le miraculé, en hacerle una paja en la ficción a Michel Serrault: era 1987, ambos eran unos reconocidos iconos del cine galo.

Dirigió sólo un par de largometrajes, bastantes menos que su amiga, la escritora Marguerite Duras, a cuyas órdenes y en diversas adaptaciones de su obra la Moreau participó y a quien dio vida en Ese amor (2001), de Josée Dayan. Los films que Jeanne Moreau dirigió fueron Lumiére (1976) y L’adolescente (1979), y en 1983, un documental de 58 minutos sobre la gran actriz Lillian Gish. Trabajó, pero muy poco, a las órdenes de Jean-Luc Godard y, en efecto, su producción entre 1958 (Ascensor para el cadalso, de Louis Malle) y 1991 (Hasta el fin del mundo, de Wim Wenders) no tiene parangón.Además, con un sabor mediterráneo que nos la hacía más próxima. Basta con verla en La bahía de los ángeles, de Jacques Demy: Niza.

TONI LLORENS